Esta primavera de 2008 nos deja huérfanos de dos de nuestros maestros, Armando Bauleo fallecido en Buenos Aires este 19 de Abril, y Emilio Rodrigué, en Salvador, Bahía, el pasado 21 de Febrero. La memoria nos lleva más de treinta años atrás, cuando a partir de 1974 nos fueron llegando sus ecos, sus presencias imborrables, su sabiduría y experiencia, sus cuestionamientos radicales, destinados a mover nuestras raíces, apenas brotadas, pero vigorosas.
El gran Armando nos interrogaba –y siguió haciéndolo en la distancia- sobre los posicionamientos ideológicos ya enunciados en “Vicisitudes de una relación”. Apostaba a lo grande en los debates para remover las conciencias (La interrogación como método), como muy bien comprendió Antonio en La Ancha, al proponerle su milanesa gigante, que él digería sin pestañear, como si fuera un argumento reaccionario, saboreando la dialéctica. Personificación del espíritu de Plataforma, tras sembrar sus enseñanzas grupales e institucionales en Madrid en varios grupos, marchó a Italia, y desde Venecia con sus frecuentes visitas a España marcó caminos de cuestionamiento al pensamiento grupal. De nuestros maestros, fue quien más claramente continuó toda su trayectoria en el marco del pensamiento grupal marxista, post-pichoniano, continuando el camino abierto por Bleger, radical en su esencia y trayectoria. Bebimos sus aguas grupales en “Ideología, grupo y familia” y seguimos de cerca durante años sus trabajos (Contrainstitución y grupos; Notas para una Psicología Social…; Psicoanálisis y Grupalidad) y el de sus discípulos directos en las instituciones de Salud Mental y sus necesarias reformas, a lo largo de estas tres décadas, un legado compartido por Marta de Brassi, ahora Diputada Nacional en Argentina, que gestiona ahora desde las instituciones las ideas de cambio. Nunca dejaremos de leerte, tus conceptos siguen frescos y valiosos, incluso para quienes nos pudimos un día sentir “colonizados” con la avalancha argentina a España que forzó la dictadura militar, y tal vez no supimos comprender todos los matices de las complejas redes grupales en que nos encontramos inmersos.
Emilio nos sorprendía con sus descentramientos, el psicoanalista de las 50.000 horas que más allá de Melanie Klein o Paula Heimann trazaba sus propios escenarios. Escenarios de novela en que la ficción propone espacios nuevos a la realidad (p.e. Heroína, La lección de Ondina), ariete contra las prácticas más inmovilistas del Psicoanálisis (Psicoanálisis como arte marcial, psicoanálisis como arte libidinal). Le conocimos como grupalista, en vivo y devorando su obra (con León Grindberg y Marie Langer) y le redescubrimos como re-pensador de Freud y el Psicoanálisis en su conjunto, a través de su biografía de Freud (El siglo del Psicoanálisis). De los trabajos grupales intensivos de los años setenta (“Laboratorios”) a la inmersión total más intimista del “Champú” Emilio nos ha interrogado desde todas las posiciones, y seguirá haciéndolo cada vez que releamos sus escritos o rememoremos las experiencias vividas con él o en su entorno. Tato Pavlovsky nos ayuda a seguir pensando con él, en sus columnas de Página 12, y con él nosotros atravesamos un duelo que ya es el de toda una época en las generaciones que quedamos atravesadas por ella.
Alejandro Ávila Espada