Tenía suficientes razones para no perderme esta película: las obras anteriores del director, la trayectoria de los dos protagonistas principales y la historia en sí misma.
Cesc Gay empezó con muy buenas criticas por Hotel Room en 1998, y desde entonces ha estrenado –que yo haya visto- En la ciudad, V.O.S. versión original subtitulada, Ficció, Alex, y Una pistola en cada mano. En todas ellas trata temas relacionados con la vida, como la identidad, la sexualidad, el amor, la amistad, el trabajo, las dificultades de pareja, el descubrimiento de la homosexualidad… y ahora se atreve con la muerte, y digo se atreve, porque contar una historia que trata de abordar un diagnóstico de cáncer terminal no es tarea fácil, sin embargo, el director nos regala tantos guiños cotidianos de vida y autenticidad, que consigue despertar la sonrisa y la emoción en el espectador con un guión que penetra en todos los sentidos.
Y es que siendo la muerte el tema central, lo que muestra es la infinidad de matices de las relaciones de amistad, de las relaciones familiares, de necesidades tan básicas como la conexión emocional, el apoyo afectivo, cercano, el acompañamiento… presentando actores y actrices secundarios que, no sé si se engrandecen por estar con Ricardo Darín y Javier Cámara, o en realidad, hacen todavía más grandes a los dos actores, con unos primeros planos llenos de gestos y miradas impactantes, maravillosos.
Vivimos en una sociedad que pretende alejarnos de la muerte, escondiéndola bajo una falsa seguridad protectora de la realidad, a la que se percibe cada vez más violenta, pero esta ilusión siempre se convertirá en nuestro enemigo, ya que tomar conciencia de la existencia de la muerte es empezar a ser consciente de la propia vulnerabilidad, de nuestra finitud, lo que nos otorga un nombre, nos hace sujetos y nos permite, ya desde la más temprana infancia, abordar la vida sabiendo que hay que convivir con los límites, la realidad, la fragilidad, algo que favorece el desarrollo de la salud mental.
El director nos presenta a dos amigos que mantienen una relación de respeto, cariño, continúa confrontación y negociación, una relación llena de intimidad. Un concepto que me interesa mucho pues, también en nuestros días, se suele confundir la intimidad con otros conceptos como, por ejemplo, la privacidad, que tiene otros significados.
Pensemos no solo en la intimidad con otra persona, sino en la intimidad con uno mismo, algo que será posible cuando el yo adquiere la suficiente seguridad de no ser meramente una máscara expuesta a los demás, cuando el yo se sabe acompañado de si mismo, de su propia inseguridad e imperfección, y cuando responde a una identidad flexible y con una doblez que le permite refugiarse en sí mismo, el lugar donde uno puede oírse -oír y sentir su propia voz- esa doblez del lenguaje que nos permite sentirnos flexibles y vivos, con nuestras flaquezas, sentir que carecemos de apoyos firmes, que estamos inmersos en una imperfecta subjetividad y desde esa imperfección podemos entendernos, entender mejor al otro, y tener la capacidad de recibir ayuda.
La intimidad solo se dará si hay un reconocimiento mutuo, que permite las diferencias y por lo tanto la negociación y la confrontación en un diálogo permanente con uno mismo y con el otro. El paciente, en este caso, un Ricardo Darín más Darín que nunca, como han dicho muchos críticos, cumple estos requisitos de persona que puede sostenerse a sí misma, y a la vez aceptar el apoyo que le brinda su amigo, un Javier Cámara, que borda el papel y nos hace disfrutar con todas sus expresiones emocionales, solo por sus miradas y sus gestos ya vale la pena ver la película.
Y hablando de intimidad me olvidé de la muerte, que es lo que ocurre mientras uno ve Truman, entiendo que se le haya puesto este título a esta historia, una buena pista de lo que nos vamos a encontrar… que la vida y la muerte van de la mano aunque no queramos y que, tener miedo a morir es humano pero negarlo no ayuda. Durante casi dos horas –es de las películas largas y no me quejo- veremos a un personaje que afronta su realidad con muchas dosis de inteligencia, sensibilidad y conexión emocional.