Aviso para navegantes: en esta reseña se da por supuesto que el lector ha visto ya la película.
No es país para viejos resulta un enunciado provocativo que, a nuestro parecer, induce al espectador a preguntarse quiénes son los que no tienen cabida. La descripción de la cartelera nos orienta así:
Llewelyn Moss encuentra una camioneta rodeada por varios hombres muertos. En la parte trasera hay un cargamento de heroína y dos millones de dólares. Cuando Moss coge el dinero provoca una reacción en cadena de violencia que la ley no consigue detener. (La Vanguardia, Cartelera).
Como todo buen título sugiere diferentes puntos de vista y encierra distintos discursos, incluso contradictorios. Creemos que a la vez es un grito de dolor muy actual. Este dolor proviene de todo aquello que actualmente requiere una atención empática y el establecimiento de una dialéctica que pueda derivar en acciones creativas. En la película se centra principalmente en la desoladora falta de un diálogo co-construído entre las distintas generaciones y la desesperanza por la persistencia de la violencia. Es decir, creemos que hay que repensar lo viejo y lo joven, lo destructivo y lo creativo. Desde las generaciones más identificadas con lo viejo se suele decir que hoy en día se han perdido los valores y que todo son prisas. Esta visión, no es que no lleve consigo un aviso útil para navegantes, pero lo viejo puede confundirse con lo muerto, lo estancado, aquello que no promueve la esperanza de un cambio. A medida que vamos envejeciendo resulta más fácil quedarse atrapado en dicho espacio-tiempo mental bidimensional, de manera que viejo se identifica con muerto o con lo que está a punto de morir. Hoy en día vivimos una época de grandes esperanzas: los movimientos migratorios e internet son dos acontecimientos con un potencial de cambio impresionante, sin negar que también conllevan nuevos retos y riesgos. Todo aquello que nos permite avanzar en el conocimiento del universo mental y físico, ha sido posible porque en las generaciones de nuestros padres y demás antepasados, se conservó la esperanza suficiente para crear conocimientos embrionarios que hoy en día eclosionan; sin aquello que tenía de verdadero la visión clásica y absoluta de Newton no se hubiese llegado a la relatividad einsteniana. Al igual que sin lo creativo de la visión freudiana, kleiniana, lacaniana, etc, no hubiese habido la posibilidad de llegar a lo relacional. Siendo pues consecuentes con lo dicho, nosotros también tenemos que incluir en nuestro modo de entender actualmente todo aquello que nos rodea y con lo que nos relacionamos, un espacio y un tiempo para lo que desconocemos, lo que entendemos mal o lo que aún no captamos y que puede que las futuras generaciones empiecen a comprender.
La película empieza con unas vistas impresionantes de un paisaje árido e infinito mientras la voz en off del narrador, el sheriff Bell, nos habla de sus antepasados y los viejos tiempos, comparándolos con los actuales. El tono de su discurso muestra una añoranza de un pasado idealizado, en el que hombres como él hacían su trabajo sin apenas llevar un arma, mientras que hoy no cabe sino estupefacción ante el tipo de actos violentos del presente, estupefacción no exenta de miedo y decepción.
Pero quién enuncia la frase que da nombre a la obra?
Proponemos en esta reseña ponerla en boca de cada uno de los tres personajes principales, el asesino, el sheriff y el veterano de Vietnam, y entablar de algún modo un diálogo entre ellos, a través de lo que os pueda despertar y sugerir a vosotros como lectores.
El hombre del compresor de aire
No recibe el espectador apenas información, datos o anécdotas que le permitan comprender el sentido de la vida de este personaje. Sabemos de él que es un mercenario, que lleva monedas en su bolsillo y que decide el destino de otras personas, esto es, si viven o si mueren, con un sencillo cara o cruz. Existen pues solamente dos opciones para él, de las que además no se siente responsable. Sentimos desde esta manera de afrontar el mundo, No es país para viejos como una sentencia; se convierte en nuestras mentes en la confirmación de que todo cada vez va a peor, que la muerte es el final de todo y la vejez una decadencia insoportable y un lastre para las nuevas generaciones. El futuro propio no existe, no se labra con el tiempo. Lo decide una moneda. Creemos que hoy en día domina, en el mundo occidental de manera preponderante, este tipo de mentalidad. El momento actual es especialmente difícil en este sentido porque estamos asistiendo a un cambio de paradigmas científicos y de los marcos relacionales a nivel global. Hoy en día las nuevas generaciones tienen una concepción espaciotemporal muy distinta: YA NADA ES PARA SIEMPRE (ni tan sólo esta misma frase). Se podría pensar que Anton Chigurh (Bardem) encarna los peores augurios ante los nuevos paradigmas y descubrimientos (teoría del caos, postmodernismo, subjetivismo, ecologismo, relativismo que lleva al nihilismo...). La moneda que lanza para decidir matar o no a alguna de sus víctimas, seguramente sea una manera de actuar una ambivalencia que no puede sentir. La persecución tanto interna como externa que gobierna la vida de este ángel exterminador es infinita, como ejemplifica la escena en la que el dependiente de una gasolinera le pregunta de dónde viene o adónde va, para establecer un vínculo temporal amable y distendido. Esto lejos de promover un diálogo inofensivo, desencadena una de las escenas más implícitamente violentas de la película. Chigurh lo vive con una desconfianza brutal; se asusta tanto en el fondo, aunque él no lo sepa, que el universo mental entero se reduce a aniquilar aquél momento que el dependiente ha creado. La confianza y amabilidad del anciano gasolinero es una amenaza que el asesino necesita aniquilar. La mejor manera de hacerlo no es matar sin más al pobre hombre, sino demostrarle hasta qué punto es fácil perderlo todo de repente. El rinconcito que aún queda para la esperanza, en la película, se podría reflejar a nuestro entender en la ambigüedad del destino de su última víctima (distinto de lo que ocurre en el libro donde se nos explica que el asesino mata a la mujer de Llewelyn) pero que nos muestra un Anton Chigurh saliendo de la casa relajado, sonriente, como si estuviera difrutando de estar-en-el -mundo (quizás porque la mujer con una actitud de gran valentía, le confronta con la posibilidad de asumir su propia elección: matarla porque quiere o no hacerlo porque no quiere) para ser de nuevo e inevitablemente acechado por la persecución.
El hombre del maletín
De Llewelyn Moss sabemos que es un veterano del Vietnam. Saber de su experiencia pasada nos permite un acercamiento más comprensivo hacia el personaje, a pesar de hallarse también profundamente atrapado en una dimensión en la que casi todo fue, es y será así para siempre. Saber del trauma, permite aventurar el momento en que el espacio-tiempo mental fue detenido. En boca de este personaje No es país para viejos adquiere la fuerza de una convicción: no es país para veteranos de guerra. Al principio de la película como espectadores miramos a través de los ojos de este personaje, que está de caza (escena que nos recuerda otra película sobre la guerra, sus traumas y secuelas: “El cazador”), y por unos momentos sentimos que la voz en off inicial que nos habla es la suya. Cuando Llewelyn se encuentra la escena de la matanza ya consumada entra en el espacio-tiempo del trauma; es decir de repente vuelve a la guerra y la única manera de salir para siempre es apoderarse del botín. Esta solución lejos de ser mágica y reparadora del trauma, hace que de cazador pase a ser presa de otra guerra, una guerra entre bandas de narcotraficantes. Así pues, el cambio psíquico no tiene lugar e impera un marco espacio-temporal bidimensional en el que solamente caben dos alternativas (como en una moneda), y para siempre. La esperanza de este personaje, o mejor dicho, la falta de esperanza se concreta en el maletín, objeto mágico y restaurador, fortuito botín de guerra que hará de los vencidos, vencedores. No hay lugar para los errores, el cálculo erróneo de los riesgos o los peajes inevitables de todo camino. Pero tampoco para el descanso, el difrutar estando-en-el-mundo bebiendo unas cervezas pues la persecución y la muerte no bajan la guardia.
El hombre de la ley
En el caso del sheriff Bell es evidente que se siente dominado por el tono depresivo, melancólico y desencantado. Se halla ante las puertas de una jubilación voluntaria y al hacer balance se entristece y nos transmite una inmensa impotencia ante los hechos que ya no comprende. No es país para viejos refleja la idealización de un pasado en el que incluso los crímenes tenían un sentido. Su esperanza se tambalea pues la vejez no le trajo la comprensión que anhelaba (el encuentro con Dios). Parece sentir que los marcos de relación pasados (espacio-tiempo mental) eran mucho más sólidos y por tanto con una tendencia muy fuerte a creer, por esa misma solidez, que su manera de vivir e interpretar el mundo era la que sería siempre. De manera que si estamos dominados por la angustia agorafóbica ante el porvenir, o bien claustrofóbicos ante lo viejo, parece muy complicado entender que la pérdida de ciertas certezas es una ventana abierta a la esperanza de que nuevas maneras de aproximarse a los retos sociales de la humanidad, creen las condiciones y proporcionen algunas claves para encarar y elaborar mejor los traumas que acaban desencadenando toda violencia. La conversación que mantiene con un anciano discapacitado, antiguo ayudante de sheriff de la época de su abuelo parece cuestionar lo ideal de un tiempo pasado que fue mejor, pues el dolor del sin-sentido también fue presente en un tiempo anterior.
Quizás es precísamente esta conversación la que desencadena la elaboración que Bell aventura en sus dos sueños.Las claves y asociaciones serían todo lo dicho por el personaje y lo ocurrido a lo largo del film. Se trata de dos sueños que juguetonamente, en el sentido creativo del término, podríamos ver como las caras opuestas de la moneda que lanza el asesino momentos antes de ejecutar o no a sus víctimas. En ambos aparece su padre, sólo que como murió hace veinte años se ve más joven que el sheriff hijo. En el primero que le cuenta a su esposa, padre e hijo se encuentran en el pueblo. El padre le da un dinero que él acaba perdiendo. En el segundo:
“... es como si volviéramos atrás en el tiempo. Estaba atravesando las montañas de noche y cruzando aquél terrible desfiladero... Hacía frío y había nieve alrededor... Él me adelantaba y seguía adelante sin decirme ni siquiera una palabra al pasar... Iba envuelto en su manta con la cabeza gacha. Al pasarme podía ver que llevaba fuego dentro de un cuerno como se hacía antes... y veía el cuerno porque la llama que llevaba dentro lo iluminaba. En el sueño yo sabía que él iba a seguir y encender una hoguera en medio de esa oscuridad y aquél frío... Sabía que cuando yo llegara él estaría allí... Y me desperté...”.
Pasado y futuro confluyen en un punto para iluminar el presente. La llama de la esperanza sigue encendida.