Comentario de
Ana Rodríguez Gonzalo
Psicóloga, Psicoterapeuta, PsicoAfirma, Madrid
Película de una fotografía y calidad musical grandiosa, de pocas palabras, pero con mucho peso, que gira en torno a dos personajes principales, la madre, Benedicta y el hijo, Amador, encarcelado por quemar el bosque, que consigue la condicional, marcado por el comentario “es un pobre tipo”
A lo largo de la película, como gran ausente está la figura paterna, quien parece ausente, sin desvelarse el conflicto o la situación de partida. Personajes sin pasado definido, que solo desde las escenas presentes podemos intuir. No hay referencias explícitas a la historia de vida, solo comentarios indirectos, como en la escena de Inaxio con amigos que le presenta como un buen tipo de vida difícil.
La película nos lleva a reflexionar sobre, quién es Amador, qué le lleva a alguien a quemar su propia tierra, una tierra que parece que ama y que le ha visto crecer, cuánto de enfado con la vida, de insatisfacción o frustración en su mundo para actuar así…[más allá de la falta de control de impulsos o de baja autoestima que describe el DSM, como indicadores de piromanía] un personaje marcado por la soledad y por el peso del pasado. Está latente la pregunta en torno a si puede diferenciarse, dejar atrás el dolor y daño causado en su comarca para rehacer su vida….si puede escapar del juicio local. Ya hay una deuda saldada con la justicia, ya cumplió un tercio de condena, ahora bien, ¿puede saldar la deuda con su pueblo, o va a ser siempre el señalado?
En la película hay un atisbo de esperanza, de comienzo de una nueva vida, una nueva aproximación al “yo”, marcado fundamentalmente, bajo mi opinión, por el encuentro con Elena, la veterinaria, donde se puede presentar como emigrante, huyendo de su sufrimiento y soledad, con la música de fondo de Leonard Cohen y la conexión de miradas, en un encuentro nuevo, diferente, que le puede permitirse mirarse, así mismo, de otra manera.
Esto se desvanece en el encuentro en el bar, donde las miradas bajas, esconden vergüenza, y señalan el daño, acercándonos a posturas más deterministas, donde no parece sencillo huir de uno mismo y el señalamiento marca el camino a seguir, camino de posible soledad y culpa.
En Amador parece más sencillo presentarse por el amor a los animales, a la tierra, la fidelidad a la perra Luna y la compañía de sus tres vacas, que la relación con otros humanos.
Benedicta, es la otra protagonista de esta historia, mujer mayor de aparente frialdad en el saludo inicial, quien muestra el afecto, desde el apoyo instrumental, que va reconstruyendo el encuentro con su hijo, en torno al calor del fuego, al hogar, a la presencia no invasiva, en donde está presente, sin mostrarse, sin hacer ruido, quien da apoyo incondicional, (en mi fantasía presentada como una madre suficientemente buena, usando a Winnicott) -quien en la escena final, con su mirada y presencia, resitúa a cada aldeano y rebaja la tensión local-, madre que se hace eco del sufrimiento de su hijo -como señala la escena del entierro-, que intenta facilitar su integración -como muestra la escena en la que habla con Inaxio para que Amador trabaje/se relacione con ellos-. Igualmente, esta madre presente, empieza a verbalizar de manera muy paulatina el afecto, con expresiones como “estoy contenta de que estés en la casa”, o en la preciosa escena primaveral de ambos en el bosque, mirando los árboles, hablando de la deforestación que causa el eucalipto, con una frase magistral, de absoluta comprensión hacia su hijo, expresada como: “Si hacen sufrir es porque sufren”.
A la vez me hace pensar en ¿cuál es el sufrimiento de esta madre, más allá de su posición de madre-de un hijo? ¿quién era ella como mujer, cual era su propia historia de vida? Mostrando la sabiduría de quien ama la tierra, inmersa en escenas costumbristas gallegas, de la aldea profunda. Una mujer, querida y respetada por su pueblo.
La película muestra una circularidad, donde parece que el final, marcado por el fuego, la destrucción, nos conecta con un principio que no pudimos ver o sentir, un principio, que también desde la destrucción de la naturaleza, la presencia del fuego intencionado, se intuye impotencia, frustración, o encuentro con el vacío: posiblemente, el mismo vacío de quien genera el incendio, y de quien a su vez sufre las consecuencias, escenas unidas por la soledad y la vulnerabilidad.
Deja abierta la gran pregunta: ¿cómo nos reconstruimos a partir de una escena traumática? ¿cómo nos podemos pensar y sentir en los encuentros interpersonales marcados por el dolor y el peso del daño causado? ¿cómo integramos nuestro pasado con nuestro presente, para poder proyectarnos en futuro? Parece que la presencia de “otro” que nos permita imaginarnos, sentirnos y pensarnos de una manera diferente -como con la veterinaria-, nos va a ayudar a reconstruir una nueva identidad, o bien la presencia incondicional, que acepta, no juzga y acompaña, como bien representa Benedicta en el relato, como a la vez, en nuestras sesiones de psicoterapia, estamos, acompañamos y no juzgamos.
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