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LA MATERNAL

Título original: La maternal
Año: 2022
Duración: 117 min.
País: España
Dirección: Pilar Palomero
Guion: Pilar Palomero
Fotografía: Julian Elizalde
Reparto: Carla Quilez, Ángela Cervantes, Jordan Dumes, Pepe Lorente, Olga Hueso y otros.

Sinopsis:  Carla tiene 14 años y es una joven desafiante y rebelde. Vive en un viejo restaurante de carretera en las afueras de un pueblo con su joven madre soltera mientras falta a clase y pasa las horas con su amigo Efraín. Cuando la trabajadora social se da cuenta de que está embarazada de cinco meses, Carla ingresa en 'La Maternal', un centro para madres menores de edad donde comparte su día a día con otras jóvenes como ella. Juntas con sus bebés, se enfrentarán a este nuevo mundo de adultos para el que no les ha dado tiempo a prepararse.

Premios: Festival de San Sebastián 2022: Mejor interpretación protagonista (Carla Quílez). Premios Goya 2022: Nominada a mejor película, dirección y actriz sec. (Cervantes)

Comentario de 

Carmen Domingo Peña

Quería comenzar este comentario de la misma manera que comienza la película, con la sexualidad.

Como niñas atravesamos nuestra primera infancia bajo la mirada atenta de los adultos con la precaución de que ninguna persona nos arrebate de forma temprana nuestra sexualidad y nuestro cuerpo. Cuando comenzamos a sentir los primeros cambios de la pubertad, se nos avisa que en algún momento nos bajará lo que los mayores llaman la regla; se nos dice que nos convertiremos en mujer. Atravesamos con intriga los años siguientes, entre cambios y ajustes físicos y hormonales, con inquietud sobre lo que se sentirá cuando seamos mujeres. Con la regla llega la adolescencia; y con ella la construcción del deseo y la sexualidad en relación con los otros. Ampliamos los conocimientos del erotismo, del cuerpo, del deseo y del placer. Desde el momento en que perdemos nuestra virginidad (en relaciones heterosexuales) atravesamos los años hasta la edad adulta con temor a que en algún momento dejemos de manchar. Vivimos con preocupación los retrasos, los desajustes o la ausencia de la menstruación y cada vez que vamos al baño buscamos la reaseguración de que todo sigue su curso normal y seguimos sangrando.

Sin embargo, cuando deseamos convertirnos en madres, este proceso queda invertido y deseamos que al limpiarnos no manchemos más. Pero la preocupación no acaba ahí, seguiremos revisando que no haya restos de sangre por el temor a tener que recorrer el camino de la pérdida y el duelo perinatal. Finalmente, nuestra etapa cíclica se cerrará como el final de un espectáculo de luces y sonidos. Con los últimos coletazos de la regla, los sofocos y las transformaciones del cuerpo de la mujer, desconocedoras de cuándo será la última vez que manchemos. Resulta paradójico pensar que el ciclo de la fertilidad comienza y acaba con la transformación de un cuerpo que atraviesa tantos cambios y evoluciones a lo largo de este periodo.

Pero, ¿ qué pasa cuando llega un embarazo en la adolescencia? Este ciclo queda roto. Estas chicas, sentadas en el salón de la maternal nos hablan de la falta de información y desconocimiento sobre la sexualidad. Nos cuentan las consecuencias que tiene omitir la educación sexual y el disfrute saludable de la sexualidad. Porque todo aquello que no se habla y no se acompaña desde la curiosidad del adolescente buscará ser experimentado pero sin la lona protectora de los padres, que por pudor, vergüenza, ingenuidad o negación omitieron su función de informar y regular la entrada en la sexualidad de sus hijos e hijas. Quizás, en los casos como los de estas chicas no hablamos de lo que la maternidad rompe (como el título de este año en el Cineforum), sino de lo que la maternidad interrumpe. Winnicott hablaba de que los problemas de salud mental eran la respuesta a una detención del desarrollo. Tanto  Carla, como Penélope, Raki y el resto de chicas vieron detenida su propia construcción de la identidad para hacerse cargo de forma prematura de otra subjetividad. ¿Cómo acompañar el crecimiento de una nueva subjetividad si las de las propias madres no tuvieron su momento? Necesitan pasar de niñas a mujer sin pasar por la adolescencia, recibiendo además la mirada de decepción de la familia y la mirada de desaprobación y juicio de la sociedad. Miradas que en la adolescencia atraviesan el cuerpo desprotegido de quien aún no ha aprendido a ponerse la armadura que le proteja de los embistes de la vida adulta.

Según el INE en el 2021 tuvieron lugar 7.202 embarazos adolescentes, de los cuales 5.639 llegaron a término. En total 11.278 subjetividades en riesgo, que si tenemos en cuenta las secuelas del trauma transgeneracional, posiblemente muchas- al igual que Carla-, son hijas de madres que también vieron su adolescencia interrumpida y que por ello negaron los riesgo de la adolescencia de sus propias hijas, dejando la puerta abierta a que los fantasmas invadieran la habitación de nuevo (tal y como Selma Fraiberg describe tan bien en su texto “Fantasmas en la habitación del bebé”.)

La adolescente embarazada vivirá el proceso de convertirse en madre bajo la mirada de decepción y enfado de su propia madre. También con la mirada persecutoria y evaluadora de los servicios de protección; y con las miradas prejuiciosas de la sociedad que observa avergonzada a la adolescente embarazada; y, por otro lado, mirará con decepción a la madre de la adolescente, dejando a este sistema familiar tan frágil desprovisto de contención.

En los últimos años hemos escuchado hablar de la palabra matrescencia. Este término proviene de la fusión entre maternidad y adolescencia, y hace referencia a los cambios neuronales, físicos, emocionales y sociales que atraviesa una mujer al convertirse en madre. ¿Pero qué pasa cuando se vive la matrescencia y la adolescencia al mismo tiempo? Entonces tiene lugar una doble crisis; en un momento donde los tejidos de la identidad aún no están consolidados deben atravesar los cambios veloces de un embarazo y prepararse para cuidar a otro ser. Cuando aún una no ha tenido tiempo de explorar cómo quiere ser como mujer, tiene que descubrir qué madre pueden ser. Y digo pueden porque, como vemos, muchas veces no tienen posibilidad ni de decidir si quieren seguir con su embarazo. La negación del embarazo es la respuesta disociativa ante una realidad que desborda las capacidades psíquicas de estas menores. La negación del embarazo es algo de lo cual se habla poco cuando se nos habla de psicopatología; sin embargo, es un riesgo tanto para la madre como para el bebé. Una adolescente que no sabe que está embarazada hasta los 5 meses de gestación es una chica que seguirá llevando la vida adolescente sin preocuparse por su alimentación, su consumo de sustancias o su protección quedando adolescente y bebé expuestos a múltiples complicaciones en la etapa perinatal.

Sería erróneo e invalidante pensar que el embarazo adolescente es excluyente de los conflictos típicos de esta etapa. La adolescencia es la etapa donde dedicamos nuestro tiempo para pensarnos, mirarnos en el espejo, tocarnos y dejarnos tocar. Aprendemos a gustar y ser gustadas. Es una etapa de autoobservación que permite la conformación del Yo. El embarazo interrumpirá así las posibilidad de explorar y pensarse. Deben salir a pensar a un otro que ha llegado, en muchos momentos, de forma no deseada. Tienen que salir a pensar a un bebé que puede ser vivido con ambivalencia y sentimientos de “intrusión” y que aunque a veces quieras omitir que está ahí, lo sentirás en tus náuseas matutinas, en una tripa que te impide bailar y moverte con libertad, en unas piernas que se hinchan, en las patadas en las costillas, en renuncias a salir de fiesta o pasar la tarde con tus amigas en el parque sin preocuparte por lo que le dañará; y en última instancia sentirás las contracciones y dolores del parto, experiencias que no estaban programadas en esta etapa vital. Deberán afrontar los cambios de un cuerpo embarazado cuando aún no han podido integrar y elaborar los cambios propios del cuerpo de una adolescente.

Otro elemento al que nos acerca con gran sensibilidad Pilar Palomero es el conflicto de la socialización, algo que sabemos que es tremendamente importante y estructurante en el psiquismo y en la identidad de esta etapa evolutiva. El grupo de chicas que conviven en este recurso residencial se vuelve vital para sostener la fragilidad de la identidad adolescente. Sin embargo, la ayuda mutua entre ellas es tan importante como desreguladora. Porque como veníamos pensando, la maternidad no anula su deseo de salir, de explorar y de vivir experiencias. Observamos los conflictos de exclusión y pertenencia por los que Carla camina a lo largo de la película. La diferencia es que en la normalidad, una adolescente se enfadaría con su madre o su padre, lanzaría contra ellos toda la rabia y se alejaría temporalmente de ellos para después acercarse de nuevo. No habría subjetividades en riesgo y la adolescente podría atravesar su crisis sin temor a que los otros no sobrevivan a sus ataques. Sin embargo, Carla traslada todas estas emociones a su bebé; un bebé que no puede defenderse, que le necesita a ella y del cual Carla no puede distanciarse. Ante esta crisis Carla volverá a buscar la mirada y la contención de su propia madre, que vive a su propia hija también como un lastre para su autonomía. Una madre a la que espera, pero no siempre llega; una madre de la que quiere cuidado, pero termina siendo ella quien la cuida. Un patrón de cuidado invertido que si no se trabaja será Carla quien más tarde solicite a su hijo que le cuide a ella como no le cuidó su propia madre.

Este es el papel tan importante que juegan aquí las figuras de la maternal, son los educadores sociales quienes tienen el papel de contener y reparar los vínculos rotos. Son ellos los que tienen la oportunidad de brindar el cuidado materno que esta madre no puede dar de forma completa. Y sabemos, que no será el cuidado maternal que desea que venga exclusivamente de su propia madre, pero al menos jugarán un vínculo complementario a las fallas de su propia madre. Un papel nada sencillo y que se valora poco pero que son los que cuidan de las infancias rotas. Es Carol, la que con paciencia y contención podría acompañar a esta joven madre a hacerle sentir que sus brazos también saben calmar. El papel regulador de la educadora que puede contener las dudas y las inseguridades de una adolescente que siente que su hijo no le quiere. La figura que puede ayudar a esta diada a encontrar su ritmo, su baile y su canción.

El trabajo con adolescentes madres no deja de ser otro que el del trabajo con la infancia. Con la infancia en dos fases del desarrollo, la del bebé y la de la adolescente. El acompañamiento emocional en esta etapa se trabaja en el vínculo, en la interacción madre bebé y en favorecer la coexistencia de la crisis de la adolescencia y de la matrescencia. La función de las madres, padres, abuelos, abuelas, educadores o educadoras que acompañan esta etapa es la de hacer de madres auxiliares de estas chicas y del bebé. Son las facilitadoras de una comunicación entre dos subjetividades que no saben cómo mentalizarse, que necesitan de una traducción y acompañamiento para construir su propio baile.

Existen, como acabo de enumerar, muchos puertos de entrada a la ayuda de esta diada en riesgo. Existen muchas maneras de cuidar y acompañar a estas chicas que detienen su desarrollo. La intervención y el trabajo terapéutico no recae sólo en estas chicas. El trabajo terapéutico puede tener muchas entradas. Una de ellas será trabajar con la adolescente y con la dida. Podremos también beneficiarnos del apoyo del grupo y acompañarles a regular y enfrentar los conflictos sociales que surjan. Pero también podemos ayudar a las madres y padres de estas adolescentes a mejorar la comunicación y la presencia emocional que sus hijas desean de ellas. Podemos aprovechar esta etapa para sanar las heridas de unas madres que no tuvieron tampoco el apoyo familiar ni social y favorecer que algo de los traumas transgeneracionales sea reparado. Podemos en última instancia, también, cuidar a los propios trabajadores que sostienen las incertidumbres y las angustias primarias de unas adolescentes y unos bebés que conviven todos en la misma casa. Pero para ello necesitamos la colaboración y la implicación de un sistema que mire a la infancia desde la infancia y no desde los datos, ni los presupuestos, ni las imposiciones de morales o valores. Un sistema destinado al desarrollo y la integración sensible con las necesidades de los que no votan en las urnas pero que necesitan ser pensados. Necesitamos más gente que piense en la infancia y que sea consciente de la importancia de los cuidados en los primeros vínculos para poder crear una sociedad con valores de compasión, respeto, amor, cuidado y comunidad.

 

 

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