¿Quién es el chico de la última fila? En la casa: en torno a la identidad y el self
El objetivo de este artículo es reflexionar sobre los conceptos de identidad y self, a través del análisis de la película ‘En la casa’.
‘En la casa’ es un largometraje francés dirigido por François Ozon en 2012. Se trata de una adaptación de ‘El chico de la última fila’ del dramaturgo español Juan Mayorga.
Sinopsis
Germain (Fabrice Luchini) es un profesor de literatura que renunció a sus aspiraciones como escritor y que detesta la falta de entusiasmo y talento de sus alumnos. Esa espiral de aburrimiento y decepción se va a romper con la redacción de Claude (Ernst Umhauer), el misterioso alumno que se sienta en la última fila.
Claude vive con su padre parapléjico y pasa desaparecido entre sus alumnos y profesores. Se ha ganado la confianza de Rafa (Bastien Ughetto) con el único fin de colarse en su casa. Quiere saber cómo es la vida de Rafa y de su familia, cómo se siente uno perteneciendo a “una familia normal”. El chico está fascinado por la madre de Rafa (Emmanuelle Seigner), a la que critica y desea al mismo tiempo.
Claude comienza a escribir sobre “Los Rafa” para el deleite de Germain; ambos van a construir una relación en la que el deseo, el poder, la seducción y las transgresiones van a estar muy presentes.
La película de Ozon aborda el tema del voyeurismo que se coloca en distintos planos en el que el espectador es el último voyeur.
‘En la casa’ consiguió la Concha de Oro a la mejor película y el premio del jurado al mejor guión del Festival de San Sebastián, estuvo nominada a 6 premios César y al Goya a la mejor película europea.
Comentario
Si tuviera que escoger una palabra para definir las impresiones que transmite la película, diría que es ‘inquietante’. La complejidad de los personajes me hizo sentir cierta irritación. Es paradójico que siendo terapeuta siga sintiéndome incómoda cuando se instala en mí el conflicto.
Me pasé toda la película tratando de averiguar qué parte de las narraciones era reales y qué parte eran una invención de Claude. Como si eso fuera muy importante, ¡se trata en sí mismo de una historia de ficción! Y no teniendo suficiente con ello me torturaba preguntándome si los personajes me caían bien o mal. ¡Es de locos! Acabó la película y no conseguí dar respuesta a ninguna de las dos cuestiones. Estaba instalada en ese punto en el que se colocan los niños cuando les cuentas un cuento y te dicen: “no, no era así” y en ese “¿quién es el bueno?”, “¿quién es el malo?”. Me acordé de Bettelheim y de su ‘Psicoanálisis de los cuentos de hadas’, y me fascina la capacidad que tiene el director de llevarnos a ese punto.
El personaje más inquietante es Claude, mis emociones en relación a él eran contradictorias. Y es precisamente esa contradicción la que hace que la película sea muy interesante desde el punto de vista de la identidad. ¿Quién es Claude? ¿Es el niño abandonado por su madre que cuida de un padre discapacitado? Un niño con pocas posibilidades de identificarse con una figura vigorosa, con pocas posibilidades de construir una imago parental idealizada que busca en su profesor una manera de ser especularizado. Desde esa perspectiva uno trata de acogerle como terapeuta.
¿O es Claude un chico manipulador, incapaz de empatizar con los otros, que usa a las personas como si fueran objetos, descarado y transgresor de las normas? ¿Estamos ante una personalidad psicopática? ¿El chico de la última fila es un ‘pobrecito’ o un ‘canalla’?
Para mí Claude es los dos, por difícil que resulte aceptar el conflicto cognitivo y emocional que ello supone, pero con la riqueza que despliegan las múltiples posibilidades del self y lo peligroso que sería si Claude fuese un chico real, un paciente por ejemplo, quedarse sólo con el pobrecito o con el canalla.
La complejidad de la identidad y de las emociones que ésta genera en nosotros mismos y en los demás la describen muy bien Mitchell y Bromberg cuando dicen “mientras que la estructura real de la experiencia del self puede ser múltiple, discontinua y, en caso de patología, rígidamente disociada, existe una necesidad adaptativa de la ilusión de unidad y continuidad en el sentimiento que una persona tiene del self”[i].
Comprender la identidad y la manera en que las distintas facetas del self se relacionan entre sí y con los otros es probablemente el gran reto de la psicología moderna en general y del psicoanálisis relacional en particular.
Si volvemos la mirada hacia el personaje de Germain nos encontramos con el arquetipo del escritor frustrado que por su falta de talento se dedica a la enseñanza, una actividad que lejos de agradarle suele servir para reafirmarse en su creencia de que los jóvenes son estúpidos y volver a vivir una decepción en la que ha encontrado cierto grado de comodidad. Esto cambia cuando Germain lee el relato de Claude y queda como el sultán de las mil y una noches fascinado por él, con ganas de más. Así que Germain indulta a Claude del suspenso, y Claude en su versión moderna de Scheherezade, va a ofrecerle un relato incompleto tras cada visita a “la casa”.
La relación entre Germain y Claude está mediada por el deseo y por la capacidad que las variaciones en el relato les dan para ser a través del otro. A través del talento de Claude, Germain puede ser el escritor que nunca se atrevió a ser, mientras que Claude obtiene reconocimiento, la mirada de ese profesor que te hace sentir que eres especial y diferente, único e imprescindible, algo que el chico parece no haber encontrado antes pese a su excelentes dotes de seducción.
La seducción es otro de los temas fundamentales de la película, de hecho el director hace un guiño a la ‘Lolita’ de Nabokov, llamando al personaje del profesor Germain Germain, como Humbert Humbert. El personaje joven, en este caso encarnado en Claude, despliega sus encantos de seducción y el adulto “se deja llevar” por lo que aparentemente es el deseo del otro, en esa “confusión de lengua”. El adulto va imponiendo su propio deseo y se muestra ante el espectador casi como una víctima, cuando su deber es poner la norma. De esa manera Claude consigue una mirada de admiración, mientras que Germain da rienda suelta a un deseo prohibido, desde una postura de aparente inocencia que es lo que otorga mayor valor de perversión a su conducta.
A lo largo de la película, Claude y Germain juegan a la manipulación. El resto de personajes se vuelven objetos, como las fichas de un tablero que se pueden mover a voluntad. No hay empatía ni compasión para “Los Rafa”.
Claude se siente omnipotente en su facilidad para hacer y deshacer en las vidas de los otros, poniendo en riesgo aquello que aman. ¿Pero desde dónde lo hace? ¿Es su parte canalla, de rasgos psicopáticos? ¿O estamos ante “la envidia del pobrecito”?
Cuando hablo de “la envidia del pobrecito” me refiero a aquella que surge cuando deseamos algo que los demás tienen que creemos que no podremos conseguir. Ante esa sensación deficitaria, una opción es la depresión, pero con mucha frecuencia el psiquismo reacciona denigrando y destruyendo aquello que piensa que no puede tener. En mi experiencia trabajando en centros en los que las personas provenían de familias con bajos recursos socioeconómicos y con “marcas de vergüenza identitaria”, surgía a menudo un movimiento defensivo que devolvía al psiquismo la sensación de vigor, consistente en denostar “lo bueno/normal”. Esta defensa puede ser especialmente fuerte en las personas con amplios recursos intelectuales y facilidad para el sarcasmo y la ironía.
Antes de finalizar, me gustaría comentar la última escena de la película, una escena que quedó grabada en mi retina de una manera especial. En ella vemos a Claude junto a un Germain derrotado y ambos empiezan a imaginar qué historia hay tras cada ventana, cómo serán las vidas de los otros. En esa imagen podemos ver cómo en palabras de Juan Mayorga “ambos, alumno y maestro, podrían ser chicos de la última fila: dos solitarios, gente que probablemente se relacionan mejor con las palabras que con las personas que tienen alrededor”. Yo añadiría que pese a la diferencia entre ambos personajes, en sus personalidades y capacidades, ambos comparten no sólo el deleite de mirar sin ser vistos, sino la necesidad de ser a través del otro.
[i] S. Stern, “El self como una estructura relacional. Un diálogo con la estructura del self múltiple”, Aperturas Psicoanalíticas