Una película, dos estilos, una narración que nos ayuda a sentir los ecos enterrados.
En la primera parte, dirigida por Jordi Cadena, se narra la etapa de la infancia que transcurre en los primeros 45 minutos de película. El director nos plantea un relato en blanco y negro, contado en off por un narrador en tercera persona, que va anunciando los hechos segundos antes de que sucedan; esta tipo de narrativa puede cansar al espectador ávido de acción, pero es la clave de que no seamos meros espectadores y nos convirtamos en partípices. Confiesa Jordi Cadenas: "cuando leí el cuento de Lolita Bosch y llegué a la frase: En cinco minutos Elisa será violada', aquello me golpeó, qué barbaridad, pensé que era fundamental dejar esa narración". Y a la vez, usar la narración cinematográfica fuera de campo, no enseñar. El resultado es la distancia, aparente frialdad y, al tiempo, una emoción en espera que se va acumulando.
En la segunda parte, cuando toma la dirección Judith Colell, la cosa explota. Elisa estalla cuando recuerda y, con ella, también lo hace el espectador. La actriz, Aina Clotet explica: "Tiene un brote psicótico y pasa por muchas fases, primero se desdobla, luego quiere provocarse un dolor más fuerte". Bajo la mano de Colell, la narrativa fílmica cambia, y de los planos generales de la primera parte, del blanco y negro y la parsimonia, pasamos al color y a una cámara pegada a la piel de la protagonista. "Cada parte tiene el estilo muy marcado de cada uno", apunta Colell. Dos épocas, dos momentos de la experiencia, donde el tiempo psíquico no avanza, y la experiencia (disociada o no) permanece.
No es una película sobre una violación, sino sobre la memoria: “Que no lo recuerdes no quiere decir que no sucediera", es la historia de "un olvido y de un recuerdo que resurge", donde se consigue retratar el mundo psíquico de la pequeña con delicadeza y sutilidad, de manera sorda pero contundente en su silencio, para después provocar un estallido emocional en la joven al descubrir la humillación y agravio sufridos. Aunque es una historia durísima, nada es gratuito ni artificioso en el relato cinematográfico, y donde la parsimonia inicial es necesaria y hasta poética. Desafortunadamente no he podido leer el cuento de Lolita Bosch, actualmente agotado.
Despertar al espectador ante el dolor de Elisa. Lo hace con la conocida homónima partitura de Beethoven, pero sobre todo con unas imágenes que encierran un pasado terrible que la protagonista y los directores comparten con el espectador. Es la herida dormida pero sangrante de Elisa, una niña de diez años que fue violada por un amigo de su padre, y que enterró (disoció) el trauma fuera de la conciencia, hasta que despierta dramáticamente catorce años después. En una repetición que habla de la vida cotidiana y rutinaria y con un exceso deliberado de presencia del narrador nos adentramos en la vida de la silenciosa niña. Silencio, preocupación y respeto a la intimidad de cada uno. Esa es la actitud de la madre de Elisa… hasta que años después una asociación de estímulos evocadores —una película de la televisión, el olor del café, una música,— hace que los recuerdos dormidos vuelvan para que Elisa, ahora joven universitaria, pueda reconstruir el puzzle de su identidad insertando las piezas perdidas. Hay un gran fuerza en los silencios y en las miradas como se percibe en la escena clave del columpio y la promesa de la pulsera, más aún en la crisis de angustia y dolor que sufre en el baño y que la empuja a abrir su alma. Su compañera de piso es mucho más sensible que esa madre atenta, respetuosa, pero que no se vincula.
Realmente Elisa está tremendamente sola, no tiene una red cercana de vínculos donde poder apoyarse cuando es violada. Su padre está en su mundo, bastante vacío, y parece que tiene a los hijos por tenerlos, con rutinas constantes, sin nada diferente que les pueda sorprender, y escasamente vinculado con ellos.
En ese plano congelado del final en que Elisa mira a cámara parece pedir el compromiso del espectador para denunciar el atropello y para comprender a la atropellada. En la acción nadie pregunta "Por qué ´el amigo de papá me va a regalar una pulsera de plata´"; nadie insiste en entender qué causa la variedad de síntomas y alteraciones que presenta la Elisa de 11 años. Elisa recorrerá la secuencia de las alteraciones psíquicas que solo se manifiestan claramente en el insomnio y el fracaso escolar; después progresivamente disociará durante 14 años, hasta que un conjunto de estímulos dispara la evocación del trauma, podemos sentir la escisión transitoria de su personalidad, y su lenta vuelta a reconstruir la narrativa expresiva y elaborativa que faltó en el pasado. Por suerte, cuando revive el trauma tiene una buena amiga cerca, que ofrece el vínculo puente hacia todos los que harán posible la elaboración actual. No se pierdan la experiencia que brinda este excelente trabajo cinematográfico.