¿Alguien no ha visto todavía esta película? Pues se está perdiendo un logro rotundo del boca – oreja del año 2009, no ha habido reunión social sin comentarios sobre las maravillosas impresiones de esta historia; en Argentina, tan sólo, en las cinco primeras semanas en cartelera, la vieron 1.300.000 espectadores.
Juan José Campanella dice que “en el cine las buenas criticas no dan felicidad sino alivian” y estoy segura que alivio y satisfacción es lo que debe sentir por el éxito de público y critica; espero enterarme, algún día, de las razones por las que no recibió ningún premio en el último Festival de Cine de San Sebastián, a pesar de los excelentes comentarios. Mientras escribo me entero que ha sido nominada como candidata a los Goya como mejor película junto a Los abrazos rotos, Ágora y El baile de la Victoria, entre otras muchas.
Este director argentino que tiene la nacionalidad española*, ha desarrollado parte de su carrera en EE.UU, participando en varias series televisivas, me gustó saber que ha dirigido varios capítulos de la serie “House” de la que soy fan incondicional. La primera película que descubrí de él fue “El niño que gritó puta” en el año 1991, absolutamente impactante y de máximo interés desde el punto de vista clínico, después vinieron “El mismo amor, la misma lluvia”. “El hijo de la novia” que estuvo nominada a los Óscar en la categoría "mejor película de habla no inglesa" “Luna de Avellaneda” y por último “El secreto de sus ojos”
Esta historia transcurre con un ritmo que me recuerda la regularidad que se impone el atleta en una carrera de fondo cuando tiene la firme convicción de que será capaz de alcanzar los objetivos que se ha propuesto; comienza sin prisas, comedido, la meta está todavía muy lejos y hay que disfrutar del camino y a la vez ahorrar energía; a medida que se avanza, el ritmo se vuelve intenso, fuerte, decidido, como ocurre en esta historia que va adquiriendo una fuerza brutal, sin embargo, tanto atleta como director siguen contenidos, reservados, no se lanzan, sólo cuando falta ya poco para el final, se empieza a acelerar, es cuando se juega “el todo” y se llega a la meta con absoluta certeza de haber ido controlando todo el recorrido, con seguridad y confianza.
A mí me mantuvo en tensión y disfrutando a pesar de ser un drama; son muchas historias:
De amor y deseo, las miradas de los dos protagonistas (Ricardo Darín y Soledad Villamil) y las frases que se dirigen y la intimidad que es y no es cuando están en público y cuando están solos saltan chispas.
De amistad, la relación entre compañeros (Guillermo Francella) la empatía, la complicidad y la lealtad que permite vivir el día a día laboral con cierta flexibilidad, en un sistema judicial anticuado, enrevesado y atravesado por el horror de la dictadura argentina de los años 70, ese período que marcará el antes y después de todo un país y de muchísimas familias.
De asesinato, la manipulación, el poder, la falsa justicia, las fragilidades humanas, el dolor, la perdida, el trauma, el vacío, la negación de la realidad.
De honestidad, los interrogantes, las expectativas, las ilusiones y las esperanzas.
El director va del pasado al presente con maestría, le interesan la memoria y los recuerdos y los toma como punto de partida, sin embargo, le importa tanto el pasado como el presente, como en psicoterapia cuando terapeuta y paciente, en un marco de confianza y seguridad, se fijan en aquello que ocurrió pero no pasan por alto lo que está sucediendo en el “aquí y ahora”; en la película se despliega un juego de “qué pasó y qué está pasando” que invita al espectador a entrar en la historia y sumarse a los actores que se convierten en personajes creíbles, emocionantes, cercanos y reales. Toda una lección del cine clásico de lo cotidiano.
Entre el deseo sexual, los recuerdos traumáticos y la culpa va transitando toda la historia:
El deseo se alimenta del doble sentido de las palabras y del doble sentido de las miradas, en ese código secreto e inconsciente anida y se alimenta; el deseo necesita de lo relacional, necesita de dos, de la mirada del otro donde uno verifica el propio deseo. Me miras con deseo y yo te lo devuelvo amplificado; el deseo es una viceversa que puede volverse adictivo, dependiente y apegado, incluso una obsesión. En este caso un deseo sexual contenido, aplazado que no se acaba de entender y por tanto no se nombra.
Franco Borgogno en “El psicoanálisis como recorrido” ed. Sintesis, pg 199; expresa de este modo el sufrimiento como consecuencia de un trauma utilizando palabras de Ferenczi “El trauma pertenece al campo de lo no nombrado, no dicho, no afrontado, no entendido ni simbolizado, pero sin duda, vivido y experimentado más de lo que pueda creerse”
El protagonista parte de sus recuerdos traumáticos para empezar a ver, aclarar y entender una historia que vivió hace 25 años y cuando puede nombrarla también empezará a construir su presente de forma creativa.
Yo creo que en El secreto de sus ojos se hace todo un ejercicio de arte en el sentido que refleja Manuel Vicent en El cuerpo y las olas, ed. Alfaguara, 2007, pg 93 cuando dice: “Una pincelada de más acaba por estropear un cuadro, una sola palabra puede arruinar un poema y también puede destruir una historia de amor, si se convierte en una bala…el arte consiste siempre en detenerse” Campanella sabe cuando contar, cuando sugerir y cuando detenerse para envolver y emocionar al espectador hasta el final, incluso, hasta después de que haya abandonado la butaca.
(*) En el año 1999 España les concede a él y a su actor fetiche Ricardo Darín, la nacionalidad española por carta de naturaleza que, se concede por Real Decreto cuando concurren en el interesado circunstancias excepcionales.