Scorsese presenta a un joven inteligente, atractivo y lleno de energía que sabe lo que quiere y cómo lo quiere, dirige a un Leonardo Dicaprio entregado totalmente al papel de ese joven que hará todo lo posible para conseguir su único objetivo: llegar de forma muy rápida a hacerse tremendamente rico. A los pocos minutos la cámara ya nos ha atrapado en un vertiginoso y trepidante viaje por un parque de atracciones alucinante de dinero, drogas, alcohol, sexo, prostitución y lujo, donde no podremos bajarnos de una especie de montaña rusa que no para de girar y no permite ver la realidad.
A los protagonistas no les interesan las relaciones ni los sentimientos, lo que de verdad importa son las sensaciones intensas y las experiencias perecederas, no se busca la conexión emocional y por tanto hay una ausencia total de empatía, ese sentimiento de ponerse en lugar del otro y tratar de entender qué le pasa, qué necesita o qué quiere, y que también exige entenderse uno mismo. En toda la película no hay una sola actitud de autorreflexión y auto-empatía, lo que predomina no es la represión sino la disociación, y la utilización del otro como un objeto para conseguir los propios deseos.
Esa búsqueda compulsiva de nuevas adquisiciones y experiencias es un fiel reflejo de lo que llama Bauman la sociedad líquida, donde el consumo se caracteriza no por adquirir y poseer sino, más bien, por estar en constante movimiento, pues, como él mismo escribe “la vida moderna líquida es un ensayo cotidiano de fugacidad universal, lo que los habitantes del mundo líquido moderno descubren enseguida es que no hay nada en el mundo que pueda durar y menos aún para siempre”. (Bauman, 2010, Mundo consumo, Ed. Paidós contextos, p. 263).
Los protagonistas venden un tipo de riqueza que no se puede materializar, ofrecen “papel mojado” y los clientes llegan a confiar en esos vendedores porque son capaces de despertar en ellos su misma codicia y ambición, en una especie de baile delirante en el que uno prefiere dejarse llevar y no mirar hacia los lados para ver sólo lo y exclusivamente lo que se desea: una vida brillante, intensa, feliz y alejada de la propia realidad.
La cámara de Scorsese capta una cara del mundo financiero que ha introducido cambios significativos de valores sociales, así como mecanismos psicológicos característicos del sujeto posmoderno. Las drogas juegan un papel importante en esta historia que, siempre enmarcan el prisma con el que se hacen hasta las cosas más insignificantes, pero yo me pregunto al igual que la eterna discusión clínica ¿qué había antes de la adicción?, de lo que sí estoy segura es que el ojo del director ha enfocado un tema de absoluta actualidad y de mucho interés a nivel psicológico.