SINOPSIS: “Doce hombres sin piedad”, en su trama, expone “un caso”, en esta ocasión no clínico, sino jurídico, en el que se narra la historia de los componentes de un Jurado (doce hombres), que se retiran a reflexionar (a pensar) sobre lo que parece un sencillo y claro caso de asesinato (un chico ha matado a su padre).
Cuando parece que no van a tardar demasiado en dictar un veredicto unánime, uno de ellos duda: para él “no está clara la culpabilidad del reo…”; surge una duda razonable (un pensamiento sobre lo que en el juico fue pensado).
La acción transcurre en la Sala de Deliberación contigua al Tribunal (el despacho de un terapeuta no es mucho más que eso mismo), en el que quien plantea “la duda”, sugiere tras una reflexión, una nueva votación, y luego de esta, otra y otra… haciendo que “cada una, de alguna forma, se convierta en una “ primera vez”… obligando a los integrantes de ese Jurado a través del diálogo, a re-conocer tanto la fragilidad de los indicios que pueden conducir a la silla eléctrica al joven, como de la superficialidad de “los personajes” con los que se manifiestan ellos mismos, llevándoles a lo genuino que vive también, en cada uno de ellos”.
Una indicación previa:
El soporte que sirve de material a esta reflexión, la película u obra de teatro - según se prefiera - en cuestión, constituye además de un pretexto para pensar sobre algunos conceptos vinculados al trabajo psicoterapéutico, una invitación a la distracción, si es el caso. Sobre todo porque la película o la obra de teatro (cualquier formato es bueno) lo merecen, y porque la distracción puede ser un buen bálsamo, según los momentos.
“DOCE HOMBRES SIN PIEDAD”
En un recorrido por “la red”, y como consecuencia de una exposición a la que asistí como formando sobre dos autores relacionales (W. Bion y C. Bollas), se me ocurrió buscar una inspiración que tuviera que ver con sus propuestas y, francamente, no sé de qué manera -¿fortuita? o no, inconsciente a lo mejor - , me encontré con “un caso”, no clínico sino escénico, que desde mi punto de vista ejemplariza, si no perfectamente, si de manera bastante aproximada, los planteamientos de estos dos autores: la película “Doce hombres sin piedad” (literalmente “Doce hombres enfadados”) producida en 1957, dirigida por Sidney Lumet, protagonizada por Henry Fonda, entre otros, y versionada, posteriormente, en formato teatral en aquellos nostálgicos “Estudio - 1” de RTVE en 1973, versión dirigida por Gustavo Pérez Puig, protagonizada por José María Rodero, también entre otros, y francamente de facilísimo y desinteresado acceso, a través de la página web de Televisión Española.
Voy por partes:
El argumento de “Doce hombres sin Piedad”, se basa en un joven de dieciocho años que es juzgado por el asesinato de su padre. El Jurado, debe emitir un veredicto unánime (como uno) en un caso en que todas las evidencias parecen condenar al acusado. Estos doce hombres, a los que “el sistema pre-supone imparciales”, comienzan a manifestar su “personalidad” a medida que deliberan (que piensan), a solicitud (en ciertos momentos categórica) de uno de ellos, sobre los testimonios que fueron presentados. La fuerza del diálogo – toda la obra es un diálogo de “quien duda” con quienes “prefieren estar seguros” - , unida a la de los sentimientos encontrados, va desmoronando la consistencia de los indicios que inculpan al acusado que, una vez “bien pensados”, –re-pensados- ponen de manifiesto su debilidad. La particular forma de reflexión del protagonista, único miembro del Jurado al que se le plantea esa “duda razonable”, se va abriendo camino entre la niebla de opiniones (una opinión sólo puede ser aceptable en la medida en que pueda ser revisada), prejuicios, pasiones y motivaciones de los demás. Uno a uno son inducidos a la reflexión y al diálogo (no al monólogo, que por veraz e instructivo que sea, no puede ni podrá transformar la realidad humana, porque esta es básica y radicalmente social – “estamos – queriéndolo o no en relación con… y no somos sino por los demás”).
Es el diálogo, la mutua influencia, el que marca el camino para comprender y aclarar lo que se esconde tras las apariencias del caso, y es en este proceso en el que se verifican, paulatinamente, las formas de ser desnudas, propias de cada cual (sus verdaderos yoes si queremos decirlo así), no sin antes, y en el transcurso de la trama, dejarse ver, cada uno, en los “personajes” que “representan” (como los representamos todos): nuestros falsos yoes.
La acción transcurre, prácticamente toda, en una Sala de Deliberación para Jurados (y sugiero que la propia consulta de un profesional es prácticamente lo mismo), sin que “el terapeuta” sea otro, en este caso, que uno de sus miembros, que de alguna manera obliga al resto a “pensar sobre lo ya pensado anteriormente”, dirigiendo con habilidad sus argumentos de acuerdo con “la psicología” que percibe en los demás (en lo transferencial y contratransferencial si se prefiere). Uno a uno van “descubriéndose”, y enseguida se hace patente la evidencia de qué es lo que verdaderamente les preocupa.
Tal y como yo acierto a interpretar la obra, los doce componentes del Jurado representan una metáfora del ser humano en general y, acercándome al pensamiento de Bion, diría que en el vínculo que aquí y ahora como jurado les une conforman, en conjunto, “una sola mente”, considerando que , en su manera de pensar “una mente” también es “un grupo” en el que se desarrollan distintas “conversaciones” que tienen que ver con distintos aspectos de nosotros mismos y de quienes no somos nosotros.
Repetidamente, el protagonista principal (en la obra, pienso, todos son protagonistas) propone sucesivas votaciones , la primera ellas - y algunas otras -“secreta” (y por tanto íntima, no observable salvo por uno mismo ) – quizá porque sabe de la influenciabilidad de los otros, y todas, naturalmente, relativas a la consideración que cada uno se “va haciendo” sobre la culpabilidad o no del acusado, incrementándose, cada vez, el número de miembros en los que surge “la duda” como consecuencia de un ejercicio de diálogo y reflexión (a lo mejor, un ejercicio terapéutico)... olvidando “los anteriores veredictos”, o como propusiera Bión (al referirse al encuentro con sus pacientes): “sin memoria…”.
En el transcurso de la escena, “el uso de la transferencia- contratransferencia” que refería al principio – doy por permitida la comparación - esto es, de la manifestación “sentimental” y “contra.sentimental” que viene ocurriendo en y entre los distintos personajes, lleva a todos ellos (como “uno”… unánimemente) a regiones de sí mismos no consideradas, a unas áreas de sus Selves que, hasta el momento, no habían sido manifestadas, acaso ni vistas hasta ese instante, moviéndoles a afirmaciones “verdaderas”, “genuinas”, resultado de una inter-relación que se convierte en un instrumento decisivo (como ocurre entre un terapeuta y su paciente), y que genera en cada cual de ese Jurado, un punto de inflexión que permite, tanto analizar “los personajes” (los falsos Selves que dije antes), como a hacer aflorar los “auténticos”.
Comparativamente, la deliberación de un jurado en el que uno de sus miembros se ha elegido, por las circunstancias que sean, como “conductor” de la deliberación en sí misma, y promotor de las votaciones sucesivas sobre la imputabilidad o no del delito al reo que se juzga, es similar – salvando naturalmente las distancias – con la de cada nuevo encuentro de “un terapeuta”(otro conductor) con su paciente. Cada votación, es como una “nueva sesión de consulta” con un “único” paciente, aunque considerando que ya no es el mismo que el de la consulta anterior, pues ha sido influido por todo con lo que mantuvo relación, y con el que hay que encontrarse como si fuera la primera vez que con él coincidimos (“sin memoria…"), y sin que en nuestra mente exista el querer, o no, prejuzgar y decidir (“…sin deseo” – Bion-).
Esto es precisamente y en síntesis, lo que ocurre con el Jurado protagonista de la película: que actúa como
una sola mente, comunicando lo que es
su mundo o sus mundos (todos podemos tener más de “un mundo” con el que establecemos relación) y en el que a través de un encuadre
– clínico ó escénico pero cuasi-clínico, como es el caso -, conjuga ese ”juego” transferencial-contratransferencial, sentimental-contrasentimental, que permite encontrar lo genuino de quienes intervienen en la escena, ya sea uno Paciente o Jurado.