Autora de la Reseña: Rosario Castaño Catalá
Este otoño 2018 se presenta con muchas y muy buenas películas pero quiero comentar esta, una de las primeras que he visto después de las vacaciones, ya que me sorprendió su guión intenso y desgarrador.
Se la clasifica de comedia y de drama a la vez, un drama realista, mordaz, cruel, y sobre todo perturbador que nos mantiene en tensión hasta el final. Es extraño que en un drama se oigan risas, pero es que cuando la realidad supera lo tolerable o razonable, no hay forma de descargar tensión sino es a través de una carcajada, aunque los protagonistas no se hayan propuesto provocarnos ni siquiera una sonrisa; me recordó a Relatos salvajes de Damian Szifrón (Argentina, 2014) o Un dios salvaje de Roman Polanski (Francia, 2011) a ese tipo de historias donde el humor negro nos engancha y nos deja hipnotizados durante todo el pase.
El director, de origen islandés, comenta[1] que siempre sintió fascinación por las querellas vecinales, esos asuntos cotidianos que son menores pero que pueden llegar a convertirse en incontrolables y violentos. Es una historia ficticia basada en un hecho que puede ser real –aunque no es este caso- una discusión por la sombra más o menos grande de un árbol que está en el jardín privado de una casa, y a partir de ahí la realidad pasa al nivel de la imaginación, nos asalta y nos atrapa con diálogos potentes que borran fronteras y ponen en entredicho desde la educación, la contención personal, la libertad individual y sobre todo la salud mental de todos los protagonistas.
¿Quién tiene razón? ¿dónde se perdieron las formas? ¿de qué están hablando realmente estos vecinos? Podemos pensar que uno de ellos tiene razón, y seguramente es así, pero… ¿cómo se pierde uno en un laberinto y además sin salida? ¿Cómo se entra en la locura del Otro[2] sin darnos cuenta? ¿siempre es el Otro el que está loco? ¿qué mecanismos nos llevan a la ira y al descontrol? Esto nos muestra que la frontera entre la locura y la cordura es muy fina, una membrana casi invisible que se resiste a ser detectada antes de que sea demasiado tarde. Siempre ha sido difícil definir la salud psicológica, y estoy de acuerdo con Sandra Buechler en que no hay ningún icono de salud mental absoluta que todos debamos emular (Buechler pp. 506)[3]
Los espectadores asistimos a sentimientos dolorosos provocados por pérdidas que no se asumen y duelos no resueltos, a arranques de frustración e ira, que a su vez provocan situaciones de no retorno; detrás de cada mensaje hay un sentimiento inconsciente de dolor que domina todo el comportamiento, y donde no se ve ningún atisbo de escapatoria o solución ¿quién debe parar? ¿cómo hacerlo si no se sabe ya ni cómo empezó? En general, podemos afirmar que todos los seres humanos tenemos patrones de comportamiento y mecanismos de defensa similares, somos más similares que diferentes entre nosotros.
Por eso, mirando la película con ojo clínico relacional, observamos, por una parte, cómo cada uno de los protagonistas se comporta de una forma similar viniendo de biografías personales distintas y momentos vitales diferentes, y por otra parte, comprobamos que las pérdidas y los duelos congelados en el tiempo y no resueltos llevan a la melancolía y la frustración y por tanto a los peligros que conlleva la tristeza, el miedo, la vergüenza, la ira, la envidia, la culpa y la soledad cuando no se pueden equilibrar con la alegría, el amor, la curiosidad, la empatía, y la esperanza. Aquí no hay ningún equilibrio, no hay esperanza, todo se convierte en muerte y desolación, justo lo contrario de lo que supondría una salida hacia la salud mental y por tanto hacia la resolución del conflicto.
La música a cargo del violinista Daniel Bjarnason, contribuye a crear un ambiente frio y cortante dominado por la desconfianza mutua y la paranoia, así como la ausencia total de esperanza y respeto, todos los ingredientes para un final que se intuye y se teme, aunque el espectador es el único que desea tener la esperanza de que ese posible final no ocurra.
Esta historia se queda resonando en la cabeza, y uno siente que el director no ha querido impactar en el espectador sino solo contar una historia dramática y para ello a veces ha recurrido a escenas casi teatrales, estoy segura que si en vez de un escenario de película fuese un escenario de teatro, los actores podrían haber percibido la energía que transmitían en una corriente inconsciente percibida a través de los sentidos, en una constante contención de asombro y sentimientos.
Al final, cuando se encienden las luces de la sala se oye un silencio pesado, tal vez el espectador sienta que si esto le ocurriese a él no sabría cómo evitar esas situaciones tan absurdas y aparentemente fáciles de solventar en sus comienzos, algo que no ocurre en Under the Tree; me gusta más la traducción que se ha hecho al inglés, porque la de Buenos vecinos suena a incongruencia y a absurdo, tal vez como la propia historia… tan absurda que hasta puede ser real y por lo tanto aterradora.
[1] Lagranilusión.cinesrenoir.com
[2] El Otro, que en las relaciones cercanas, en la intimidad (como en este caso, de unos vecinos que se conocen de toda la vida) nos conduce al enigma, es decir, nos conduce no solo al Otro como alguien real sino a la alteridad del Otro y a la alteridad de uno mismo. (Ver Laplanche).
[3] Ávila Espada, A (ed.) (2013) La tradición interpersonal. Perspectiva social y cultural en Psicoanálisis. Vol. 8 Col. Pensamiento Relacional. Ágora Relacional. Madrid
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